jueves, 25 de agosto de 2016

Cochabamba acoge a seis voces literarias internacionales

Antonio Orejudo (Madrid, 1963) es un pesimista, pero con sentido del humor. El autor español, invitado del IX Encuentro de Escritores Iberoamericanos que organiza desde ayer el Centro Simón I. Patiño, cree que la lectura de literatura despierta cada vez menos seducción en las nuevas generaciones. Sin embargo, lejos de ceder a la tristeza, se ríe de la posibilidad de que los escritores se vean obligados a convertirse en algo parecido a los cantantes para seguir viviendo de la literatura.

P. Además de escritor de ficciones, es usted profesor universitario. ¿Cómo incide esta labor en su creación literaria?

R. Aunque solamente porque la profesión nos obliga a hacer unas lecturas que quizá de otra forma no haríamos, hay tienes una fuente de riqueza. Otra probablemente sea que el trabajo de escribir consiste en un desdoblamiento...

P.La idea del desdoblamiento es algo que también puede aplicarse a su literatura, en una novela como “Ventajas de viajar en tren”, en la que el relato se desdobla en múltiples voces narrativas gracias a las historias de personas con esquizofrenia…

R. Sí, eso es básicamente escribir. Pero cuando hablo del desdoblamiento, me refiero al trabajo en sí. Escribas “Ventajas de viajar en tren” u otra cosa, tú tienes que ser dos personas diferentes, porque el trabajo requiere esas dos personalidades: una un poco anárquica y otra muy castradora. En esa dialéctica entre el anarquista y el castrador es donde se produce el hecho literario. Y volviendo a la pregunta, las enfermedades mentales me han parecido, por lo general, muy literarias. No es una cosa que yo haya descubierto. Tenemos a un famoso loco que se cree un caballero andante, así que yo no me he inventado nada.

P. En la conferencia de prensa de apertura del Encuentro de Escritores dijo que la literatura está enfrentando actualmente una crisis de la invención. ¿Qué supone esta crisis y a qué la atribuye?

R. Leer es una tarea que requiere esfuerzo. Aunque una persona leyendo parece que no está haciendo nada, está sometida a una actividad frenética. Que tenga un componente placentero no resta en absoluto un ápice a esta idea, de que leer es una actividad física e intelectual de primera magnitud. Requiere un esfuerzo que los más jóvenes no están dispuestos a hacer, porque pueden consumir ficción a través de vehículos que no les exigen ese esfuerzo de complicidad y aclimatación. Los canales de consumo de ficción que me vienen a la cabeza son el cine, las series de televisión y los videojuegos. Mi hijo juega a un juego que es terriblemente adictivo. No tiene ningún motivo para hacer el esfuerzo del que hablo, y además, no tiene ningún momento del día para hacerlo. Esa es la segunda razón por la que creo que la lectura está de capa caída. ¿Cuándo leía yo en mi adolescencia? Leía en unas interminables tardes de verano, cuando después de comer no se podía decir nada porque mi padre estaba durmiendo la siesta. Lo único que se podía hacer era leer. Pero, ahora mismo, está esto (saca del bolsillo de su pantalón su teléfono móvil). Yo no hubiera leído si hubiera podido estar diciendo gilipolleces a mi amigo de la escuela. No hubiera leído un puto libro. Empecé a leer porque no tenía nada que hacer. Leía en el autobús, en el metro, en los aviones. Me he hecho ahora mismo un vuelo desde Málaga, que es donde vivo, hasta Cochabamba, de 29 horas. No he visto a nadie con un libro en la mano. O quizá a uno. Yo he vivido un tiempo en el que la gente tenía libros en la mano cuando viajaba. Ahí es cuando leen los ciudadanos.

P. Sin embargo, hay muchos que dicen que los celulares pueden también usarse para leer…

R. Olvídate. He leído alguna vez algo corto....

P. Un artículo, quizá…

R. Claro, porque estamos hablando de leer “Ana Karenina”, “Guerra y paz”, ¿aquí? (otra vez sosteniendo su móvil): no. Y no estoy hablando de los libros electrónicos, que me parece normal. Estoy hablando de leer novelas, invenciones. Ahora, la invención se consume a través del videojuego, de la serie de televisión, de lo audiovisual. No existe un tiempo de reflexión, de calma, de aburrimiento que invite a la lectura.

P. ¿Acabará siendo la lectura de literatura una actividad cada vez más marginal?

R. Bueno, nunca ha sido una actividad mayoritaria, pero, dentro de eso, sí he conocido épocas en las que la literatura desempeñaba un papel y tenía un cierto prestigio. Y la gente se paraba a ver y escuchar lo que decía un escritor. Un escritor era un hombre que interesaba incluso a gente no especialmente culta. No es que yo eche de menos que la gente me tome en serio; estoy hablando de un síntoma social. Ahora es el último cuya opinión interesa a la sociedad, al menos en España.

P. ¿Cómo no caer en el pesimismo en un contexto tan desalentador?

R. Tengo muchos problemas para hacerlo. Hay que cambiar la concepción. Los tiempos en los que podías comprar los abrigos de tus hijos con la literatura no volverán. No estoy hablando de Stephen King, que es un fenómenos sociológico. En general, creo que la literatura no volverá a ser un medio de vida. Tendrá que mutar y, a lo mejor, la mutación no es mala. Obligará a que los escritores seamos como los actores de teatro o los feriantes que tienen que ir de pueblo en pueblo ejecutando en público lo que han hecho. Eso puede interesar a alguien del público y, cuando sale, compra la obra... Eso es volver a los orígenes de la literatura... Un escritor no va a ser muy diferente de un cantante.

P. Claro, los músicos no viven de sus discos, sino de las presentaciones en vivo...

R. A los cantantes les bajan todas las canciones gratis. A nosotros ni siquiera nos descargan. Significamos tan poco que ni siquiera hay descargas piratas de nuestras obras. Eso es todavía más humillante (risas).

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